Esta semana, el blog de Los Libros del Salvaje da un paso de gigante: se convierte en un foro, una plaza pública, un espacio compartido en el que hablar y debatir sobre los temas que nos preocupan a todas: ecología, feminismos, desarrollo sostenible, cooperación, comunidad, ecoaldeas, diversidad, justicia social y, por supuesto, literatura.
Iniciamos esta etapa con la publicación de un interesantísimo artículo de Fernando Conde, un ourensano que durante nueve años fue cooperante internacional de la ONU en diversos proyectos de Sudamérica y que en la actualidad, de regreso en su tierra de Entrambosríos, está poniendo en marcha una explotación agrícola ecológica y sostenible. En el artículo, que nace del compromiso personal y de la experiencia acumulada, Fernando reflexiona sobre las miserias y grandezas de la cooperación internacional y nos ofrece una visión desde dentro muy poco habitual.
Te dejamos con el artículo. Y recuerda que agradeceremos mucho tus reflexiones, dudas o planteamientos en los comentarios.
La cooperación internacional, una película plagada de clichés
por Fernando Conde*
Mi historia de flirteo con la cooperación internacional probablemente sea uno de los escenarios más repetidos en este sector: joven lleno de ilusiones, con ansia de conocer y con expectativas de hacer algo diferente en este lugar llamado mundo. Un joven que, pese al elitista proceso de iniciación en la cooperación internacional, logró con mucha suerte introducir una pata que le permitió dejar abierta la puerta de este sector durante nueve años, hasta que voluntariamente decidió cerrarla.
Aunque mi carrera en cooperación fue corta, pude acumular experiencias diversas, principalmente en Naciones Unidas, pero también durante algunos periodos en ONG, universidad y ayuda oficial, con contratos internacionales y locales, y específicamente en países del América de Sur. Creo importante presentar mi perfil ya que estas van a ser reflexiones escritas desde mi experiencia, y no quiero caer en generalizaciones. Cada persona es un mundo y todos contamos con diversidad de visiones sobre un mismo hecho.
Una amalgama de filmes
Desde mi punto de vista, la cooperación internacional es una amalgama de filmes. En ella podemos sentirnos parte del elenco de El último rey de Escocia, quizás de una película de superhéroes, Sonrisas y Lágrimas, Torrente, Hacia rutas salvajes o incluso de House of Cards. A lo largo de las próximas líneas os invito a tratar de identificar películas con la experiencia relatada. Quiero avisar de antemano: puede que haya posicionamientos muy críticos, pero os aseguro que también hay partes positivas, de las que trataré de dejar constancia.
Esta es la historia de un joven cooperante que, con un considerable golpe de suerte, logró entreabrir la puerta laboral de la cooperación internacional. Atrás dejó a ese otro amplio grupo de jóvenes que se desgastan y desangran realizando años de voluntariado y prácticas en ONG en España, o que, con ayuda económica, realizan prácticas en Naciones Unidas o instituciones similares asumiendo, por ejemplo, el coste de vivir en Nueva York o Ginebra durante al menos seis meses.
Mis andanzas en este mundo avanzaban correctamente. Al tiempo que ganaba experiencia para mi currículum, acumulaba experiencias vitales al alcance de muy pocos. A pesar de trabajar en Naciones Unidas, mi contrato local me permitía tener los pies sobre la tierra, ser más accesible y lograr una integración más profunda allá donde trabajara. Pronto comprendí que, a medida que la gente iba ascendiendo en este rocódromo laboral, el nivel de implicación, empatía y cercanía con la población iba menguando a pasos agigantados.
Comprendí que a medida que la gente iba ascendiendo en este rocódromo laboral, el nivel de implicación, empatía y cercanía con la población iba menguando a pasos agigantados.
Empecé a identificar las personas que solo quieren hacer carrera de este sector y dejaban de lado principios básicos de humanismo. No me costó darme cuenta de que, sin caer en ingenuidades, los rangos de remuneración eran desorbitados. Quizás no lo sepáis, pero el salario de un trabajador internacional de Naciones Unidas oscila entre los 4.000 y los 15.000 dólares mensuales en una oficina cualquiera sobre el terreno. Os voy a dar un dato aproximado de una oficina de quince trabajadores en una ciudad pequeña de un país, digamos Ecuador: el coste de salarios, alquiler de la oficina, vehículos y demás supone el 80% de todo el presupuesto para la implementación de proyectos de cooperación en terreno. Quizás peque de inocente al pensar que si quieres trabajar en este sector el factor salario no debería ser determinante, pero por desgracia así lo es. El coste administrativo y burocrático es tan alto que el porcentaje real de implementación es muy inferior a lo deseado y anhelado.
Esta situación se repite en todo el sector de la cooperación, ya se trate de ONG locales, internacionales o Agencias ONU. Dudad de los porcentajes que vierten los equipos de captadores de socios y socias. Pero no, no están robando. El nivel de exigencia burocrática es tan intenso que provoca la necesidad de tener ejércitos de trabajadores en grandes oficinas en las capitales europeas, dedicados a justificar, siendo creativos, la ejecución de proyectos. Si hubiera una fiscalidad similar en empresas o administraciones públicas, estarían todas inmersas en procesos judiciales.
Elitismo, jerarquía y centralización
Pronto comencé a vislumbrar el elitismo y la diferencia insalvable entre los contratos internacionales y los locales. Esto es anecdótico, pero real: en caso de evacuación por algún tipo de emergencia, la extracción de personas está únicamente reservada para el personal internacional y sus mascotas (sí, sus mascotas también). El personal de ese país, aunque esté en riesgo o proceda de la otra punta del territorio estatal, no tiene derecho a esa evacuación interna. Hay muchos motivos que justifican este protocolo, pero quiero quedarme y romantizar uno de ellos: en caso de que la situación se ponga difícil, el personal local no abandona su territorio porque, en principio, está más involucrado y cree en su labor. El personal internacional se sube en el avión y vuela hasta su siguiente puesto, probablemente con algún ascenso porque hay que compensar ese sufrimiento del que ha sido víctima en el puesto anterior.
En caso de evacuación por algún tipo de emergencia, la extracción de personas está únicamente reservada para el personal y sus mascotas (sí, sus mascotas también).
La pugna de poderes, escaleras promocionales, egos y el nivel de lameculismo es tan alto en ciertas organizaciones que choca con lo que uno tiene en el imaginario sobre una organización humanitaria. La jerarquía es brutal, la centralización en la toma de decisiones es digna de los grandes Estados centralistas, el desprecio y la arrogancia rebosan en oficinas repletas de trajes de cientos de dólares. Observas a un puñado de machos y hembras alfa que tienen un conocimiento nulo de la realidad de un país, pero sí una capacidad inmensa de convencer y vender la importancia de estar ahí.
Entiendo que no todas las personas tengan que ser peones en una organización, pero cuando la verticalidad es tan abrumadora, las personas pierden toda su capacidad para comprender los problemas y encontrar posibles soluciones. En caso de tormenta, es necesaria una toma de tierra. Sí, es feo decirlo, pero sin catástrofes, sin hambre y sin violencia, mucha de esta gente se quedaría sin trabajo. Su función es convencer a terceros de que su presencia es vital.
Recuerdo cómo se frotaban las manos en ACNUR Ecuador cuando comenzó la crisis de migración venezolana. Recuerdo las caras de satisfacción cuando las cosas se ponían un poco más complejas en Colombia. Todo sirve para justificar y vender su presencia en un Estado. Hay una palabra que me ha rodeado durante toda mi experiencia laboral en cooperación: posverdad. Este término es el contemporáneo de la expresión «el papel lo soporta todo». Ahora, en el siglo XXI, se extrapola a que las redes sociales tienen la capacidad de vender un éxito ante un innegable fracaso, la capacidad de vender una sonrisa en medio de tifón, el poder de voltear una realidad con el único fin de justificar tu intervención y quedarte con la conciencia tranquila. Si a esto le sumamos la creatividad que desarrollamos ciertas personas para adornar los informes de evaluación y las justificaciones de implementación de proyecto, ahí tenéis un perfecto ejemplo de que todo pero nada cambia. El ángulo de la foto en un taller te permite justificar ciento veinte asistentes cuando había siete, una medición laxa de indicadores te permite vender un éxito tremendo, el cortoplacismo de los resultados no refleja realidades complejas y posteriores, los cientos de propuestas normativas, protocolos, planes y, programas guardados y archivados en cajoneras, tanto de tu organización como de las administraciones locales y estatales. Pero que bien queda el indicador «desarrollo normativo/protocolo local contra…», o este, incluso mejor: «150 líderes formados en temas de género».
No sé si conocéis el término de «síndrome de superhéroe». En este sector es relativamente común encontrarlo. Ataca a trabajadores y trabajadoras, principalmente personas procedentes de Europa o Norteamérica, con una tendencia bien marcada de izquierdas y devoradores de libros profundamente parciales. Es fácil de identificar: basta ver a una de estas personas con la cabeza muy alta, como si llevara una coraza, muy segura de sí misma hasta el punto de arrogancia, excesivamente implicada, que ha perdido la perspectiva profesional y, lo más importante, que tiene la certeza de que es imprescindible para la comunidad con la que trabaja. Anhela y exige ser el faro que guíe a las personas. Y todo éxito es debido a él o a ella. Pobres negritos si no llega a ser por él o ella, estarían perdidos y olvidados. No os podéis imaginar cuán notable es la esencia colonialista en los trabajadores y trabajadoras de la cooperación. Probablemente en gran parte de los casos no seamos conscientes, pero está ahí, en nuestro disco duro y aflora en más ocasiones de las que desearíamos.
No os podéis imaginar cuán notable es la esencia colonialista en los trabajadores y trabajadoras de la cooperación. Probablemente en gran parte de los casos no seamos conscientes, pero está ahí, en nuestro disco duro y aflora en más ocasiones de las que desearíamos.
La cooperación internacional cambia vidas, mejora situaciones, alivia penurias, permite dar voz a quien no la tiene, eso es innegable. La capacidad y dedicación que tienen las entidades para recaudar fondos y movilizar recursos para distintos proyectos es envidiable. Cientos de millones de euros son movilizados cada año para aliviar situaciones de dolor, de hambre, de penuria, de violencia. Se puede ser muy crítico con el sistema de Naciones Unidas, pero gran parte de las intervenciones en países se realiza con fondos recaudados diplomáticamente por esta entidad, y posteriormente implementados, cada vez más, por entidades locales. Por desgracia, las ONG sobreviven y funcionan mayoritariamente por subvenciones recibidas por las administraciones públicas, y eso las convierte en agentes de la política exterior de un país. Están atadas a intereses políticos y sus intervenciones en muchas ocasiones responden a virajes políticos, a intereses comerciales o diplomáticos, son moneda de cambio. Los recursos en cooperación de un estado como España son muy interesantes para ciertos países, y esto doblega voluntades y abre puertas que sería mejor que hubieran permanecido cerradas. La cooperación bilateral directa o la de implementación de proyectos ha generado escenarios proclives para la entrada de múltiples empresas que se han dedicado a esquilmar y degradar el propio territorio. Aunque es cierto que, con o sin cooperación y sus proyectos, esto también habría ocurrido.
Por desgracia, las ONG sobreviven y funcionan mayoritariamente por subvenciones recibidas por las administraciones públicas, y eso las convierte en agentes de la política exterior de un país.
La cooperación internacional está plagada de gente con muy buenas intenciones, ampliamente formada, con ilusiones y profesional. Evitemos el voluntarismo. Para trabajar en este sector hay que saber y tener habilidades para ello. La frustración es una constante con la que hay que convivir. La capacidad de empatizar pero no vincularte sentimentalmente con el sufrimiento de las personas es una de las asignaturas más complejas de este sector. Valoro muy positivamente el sector de las ONG y su equipo de hormigas valientes. Sin embargo, creo que el modelo está agotado. Los resultados obtenidos no acreditan éxito y considero que hay otras formas más poderosas para cambiar y mejorar este mundo, o por lo menos aportar un grano. El poder que tiene cada individuo para afectar positiva o negativamente al mundo es inimaginable.
Una reflexión sobre el consumo que realizamos, a quién compramos, dónde compramos, qué consumimos, cuándo y por qué, es vital para entender a lo que hago referencia. Voy a poner simplemente tres ejemplos. ¿Qué crees que tiene más impacto, exigir como compradores que las miles de personas que trabajan para Inditex en Bangladesh tenga un salario digno o realizar un proyecto de escuela infantil? ¿Dejar de producir y consumir plástico que acaba afectando a toda la fauna y flora marina o un proyecto de cinco millones de euros para tratar de limpiar los océanos? ¿Dejar de consumir productos con impacto ambiental desastroso como el aceite de palma, el aguacate en España o la sandía en invierno o proyectos de reforestación en zonas ecuatoriales? Nuestras decisiones diarias tienen un impacto inmenso sobre este lugar llamado mundo.
La cooperación tiene el efecto de una tirita en una herida, no cura pero alivia temporalmente el problema. Considero que tiene un valor importante y es un contrapeso a muchos abusos realizados por las políticas exteriores de los países, pero tiene que ser objeto de una profundísima revisión y modificación.
Pd: Con los militares hemos topado… Trabajando en Colombia, me tocó un militar español como compañero durante seis meses. Tuvimos que denunciarlo porque en los estados de WhatsApp del móvil oficial publicaba imágenes y fechas señaladas del «glorioso ejército español» durante la colonización/exterminio de los territorios de América. Lo peor de la situación es que nunca llegó a comprender ni aceptar que era una acción errónea.
PD: Decidí abandonar y cambiar radicalmente de rumbo cuando comprendí que no creía ni en lo que hacía ni en la institución. Uno debe ser consecuente con sus actos y con la responsabilidad que supone trabajar en el sector humanitario, donde la motivación debe ser plena en todo momento.
* Fernando Conde, de 35 años y nacido en la provincia de Ourense, desarrolló su carrera profesional en cooperación principalmente en Latinoamérica, específicamente en Ecuador y Colombia. Inició su andanza como becario de la AECID en Quito, antes de integrarse en ACNUR en Esmeraldas, Ecuador, como asistente de programas. Posteriormente fue coordinador del departamento de cooperación internacional de la Universidad PUCE de Ecuador y, finalmente, trabajó como oficial de verificación en la Misión de Verificación de la ONU en Colombia, oficina de Guaviare, tras el acuerdo de paz con la guerrilla. Tras nueve años, decidió volver a sus inicios y se estableció en una pequeña aldea de Ourense, Entrambosríos. en la que pretende llevar a cabo diferentes proyectos que tengan como base el rural y su revalorización.
** Las fotos del artículo fueron tomadas durante la estancia del autor en San José de Guaviare, Colombia.
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