Mira a tu alrededor: cuando escribo este artículo estamos a las puertas de la Navidad, pero da lo mismo si lees esto en cualquier otra época del año: vivimos inmersos en una vorágine consumista. En una carrera sin freno hacia el precipicio ecológico que nos impulsa a comprar cada vez más cachivaches sin los que podríamos vivir perfectamente.
No es casualidad, muy al contrario: es una necesidad vital de nuestro sistema económico, es una característica básica de nuestra época. Si las empresas no producen cada vez más, si no consumimos cada vez más, la economía capitalista se paraliza. El sistema se hunde. Todo se va a la mierda.
Pero ¿es sostenible? ¿Es siquiera razonable? ¿Es posible un mundo en el que 8.000 millones de personas consuman al ritmo vertiginoso en el que lo hacemos hoy las ciudadanas de los países desarrollados?
Esta semana te introducimos las nociones básicas del decrecimiento, un movimiento económico, social y ambiental cada día más imprescindible.
La locura del crecimiento continuo
En la actualidad, todas las filosofías económicas que nos gobiernan, desde el neoliberalismo más depredador hasta las políticas económicas más redistributivas, se basan en un imperativo: seguir creciendo, seguir produciendo, seguir consumiendo, cada vez más y más, para alimentar la rueda del progreso.
Los países y los economistas están obsesionados por el crecimiento del Producto Interior Bruto, un índice que utilizan para analizar la salud económica de un Estado: si crece, todo va bien, cuanto más crezca, mejor.
Cuando consumimos, dice la teoría clásica, estimulamos la producción, lo que a su vez crea puestos de trabajo —hay que producir más bienes para reemplazar a los comprados— y, por tanto, más personas adquieren poder adquisitivo para consumir y seguir produciendo más y más y generando más trabajo. Una espiral sin fin que nos está llevando a la destrucción del planeta. Hoy, aproximadamente el 20 % de la población mundial acapara el 85 % de los recursos naturales, y para mantener nuestro sistema estamos utilizando recursos a un ritmo que requiere disponer de 1,7 planetas para mantener el equilibrio entre producción y consumo. Eso sucede hoy, y estamos hablando de un mundo en el que solo unos pocos, ese 20 %, tiene acceso a la inmensa gama de productos que elaboramos, desde automóviles hasta cintas rosas para el pelo.
Para mantener nuestro sistema estamos utilizando recursos a un ritmo que requiere disponer de 1,7 planetas para mantener el equilibrio entre producción y consumo.
Pero ¿qué sucedería si todo el planeta tuviera acceso al poder adquisitivo suficiente para comprar como compramos en el mundo occidental? Habría que producir cinco veces más: necesitaríamos 8,5 planetas solo para producir lo que ahora consumimos. Es una locura, un despropósito brutal, necio, ciego. Pero ya está pasando: miles de millones de personas en China, en India, en Nigeria, en Brasil, en Indonesia… están incorporándose a esta mentalidad consumista a medida que sus países se desarrollan. El límite está cerca.
Sin embargo, el sistema económico capitalista no tiene plan B. Apuesta siempre por consumir más, por producir más, por generar más productos que duren menos tiempo. Más ventas, más beneficios, más dividendos, más comercio, más Producto Interior Bruto. Crecer, crecer, crecer. Incluso un esfuerzo colectivo tan encomiable como los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de la Agenda 2030 de la ONU, que apuestan por el reparto de la riqueza, la reducción de la desigualdad y el cuidado del medio ambiente, y que son una guía y un programa (o una esperanza, más bien) para mejorar la vida humana, caen en la misma trampa y hablan de «desarrollo» sostenible: de crecimiento.
El decrecimiento como alternativa
Frente a este dogma absurdo, los decrecentistas apuestan por revertir el crecimiento. Obviamente, no pretenden volver a un tiempo de escasez, sino crear un modelo económico que no apueste por el crecimiento continuo como paradigma de bienestar, sino por desarrollar un sistema que respete el medioambiente y busque activamente la justicia social.
El decrecimiento es un enfoque económico, social y ambiental que aboga por la reducción planificada del consumo y la producción. Su objetivo es alcanzar un equilibrio sostenible entre las necesidades humanas y los límites del planeta. No significa necesariamente vivir con menos, sino vivir mejor reduciendo el impacto ambiental.
El objetivo del decrecimiento es alcanzar un equilibrio sostenible entre las necesidades humanas y los límites del planeta. No significa necesariamente vivir con menos, sino vivir mejor reduciendo el impacto ambiental.
Se trata de un movimiento inspirado en pensadores como Henry David Thoreau y León Tolstoi, entre otros muchos, y fundamentado en el pensamiento de un gran número de economistas actuales. Es, pues, un movimiento complejo que se basa en ocho principios, las 8 «R» del decrecimiento:
- Reevaluar los valores individualistas y consumistas y sustituirlos por valores locales y de cooperación.
- Reconceptualizar nuestro estilo de vida en busca de la suficiencia y la simplicidad voluntaria.
- Reestructurar el aparato productivo y las relaciones sociales en función de una nueva escala de valores
- Relocalizar la producción y el consumo a escala local.
- Redistribuir la riqueza.
- Reducir el consumo.
- Reutilizar.
- Reciclar.
Las claves del decrecimiento
El decrecimiento no es solo una teoría. Es un movimiento de personas comprometidas con la sostenibilidad y la equidad. Al adoptar un enfoque más consciente y responsable en nuestras vidas, podemos contribuir al cambio positivo que nuestro planeta tanto necesita. ¿Cuáles son sus claves?
1️⃣ Consumo consciente: en lugar de comprar cosas que no necesitamos, optar por productos duraderos y de calidad. Reducir el consumo impulsivo no solo ahorra recursos, también ahorra dinero.
2️⃣ Energías renovables: fomentar la transición hacia fuentes de energía limpias y renovables, reduciendo nuestra dependencia de los combustibles fósiles y mitigando el cambio climático.
3️⃣ Compartir recursos: compartir automóviles, bicicletas, herramientas y espacios con amigos y vecinos, lo que además disminuye la necesidad de posesión individual y promueve la comunidad.
4️⃣ Agricultura sostenible: apoyar la producción de alimentos locales y orgánicos, reduciendo la huella ecológica y promoviendo prácticas agrícolas respetuosas con el medio ambiente.
5️⃣ Vida más saludable: en lugar de centrarse en el consumo y la acumulación de bienes materiales, el decrecimiento nos anima a invertir en nuestras experiencias y bienestar, como pasar tiempo con seres queridos y disfrutar de la naturaleza.
Decrecer es como escribir un poema, en el que cada verso es una concienzuda elección, una huella delicada en el papel de la vida. Es abrazar la simplicidad como una metáfora poética que nos libera de las cadenas del consumismo desenfrenado. Amiga salvaje, bajemos el ritmo, respiremos profundo y dejemos que la naturaleza nos cuente sus secretos.
Si deseas investigar un poco más, te recomendamos El decrecimiento explicado con sencillez, de Carlos Taibo, que ya va por su quinta edición.
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