Los pequeños felinos y la crisis de la biodiversidad

Si te atraen los felinos, lo de esta semana es para ti. Te traemos un interesantísimo artículo del naturalista y viajero Marcos Mallo en el que reflexiona sobre el impacto de los gatos domésticos y asilvestrados en el entorno. Unas reflexiones que, ya  te lo advertimos, harán que mires a tu gato de otra forma...

Te dejamos con el artículo. Y recuerda que agradeceremos mucho tus reflexiones, dudas o planteamientos en los comentarios.

 

Nuestros pequeños felinos

y la crisis de la biodiversidad

por Marcos Mallo Leira*

 

 

Una tigresa y su cachorro se protegen del calor del sol en las selvas del centro de la India.

 

He visto quince especies de felinos salvajes a lo largo de mi vida, muchos de ellos en numerosas ocasiones. Para ello, he recorrido bosques, costas, desiertos, selvas y montañas en diferentes continentes; he invertido varios miles de horas rastreándolos, buscando signos de su presencia; y he pasado muchos cientos de ellas esperando a que se decidan a aparecer, escaneando con prismáticos, cámaras y telescopios el terreno en el que sospechaba su existencia, tratando de descubrirlos y robar un momento de su vida. Una observación, aunque fuera fugaz, de su silueta. Con suerte, vislumbrar un instante de su intimidad. Unas cuantas especies me han esquivado y no he conseguido verlas todavía, teniendo que conformarme con sentir su presencia en unas huellas en el polvo, unos arañazos en un árbol o los restos de una presa reciente. Algunas, como el jaguar (Panthera onca), me esquivaron muchas veces, puede que demasiadas...

 

Huellas de jaguar en una playa del Parque Nacional Tortuguero, uno de los muchos lugares en los que intenté observarlo sin conseguirlo.


En España somos unas pocas personas las que nos dedicamos a «coleccionar» esas observaciones de los gatos salvajes. En el mundo, un ínfimo porcentaje de la población que, muy probablemente, ni siquiera cabríamos en una estadística que estableciera un ranking con las distintas obsesiones y rarezas humanas. Una gente cuyo leitmotiv es conseguir observar, al menos una vez, cada una de las cuarenta especies de felinos salvajes que habitan en nuestro planeta. Nosotras lo calificaríamos como una pasión, otras lo denominarían locura. Lo que es seguro es que nos gustan los felinos, que los admiramos y que los amamos.

Los gatos salvajes, los felinos, dentro de una supuesta olimpiada zoológica, al menos entre los depredadores terrestres, son los que más corren, los que más saltan, los que mejor se esconden, los que más paciencia tienen. Proporcionalmente, es muy probable que también sean los más fuertes. Los felinos están entre los depredadores con un mayor porcentaje de éxito, son máquinas de matar, un ejemplo de eficacia, casi infalibles. Cuando se observa una de estas especies desenvolviéndose en su medio natural, es sencillo entender que son animales diseñados para cazar. Algo que sus presas también saben.

 

Los gatos salvajes, al menos entre los depredadores terrestres, son los que más corren, los que más saltan, los que mejor se esconden, los que más paciencia tienen. Proporcionalmente, es muy probable que también sean los más fuertes.

 

Ese conocimiento de las capacidades de los felinos es el mismo que no me permite dejar campar a mi gata a sus anchas en el medio natural. Porque nuestros gatos domésticos, además de unas mascotas encantadoras, también son unos cazadores implacables

La relación entre gatos y humanos, a diferencia de la de otros animales con los que convivimos, no fue exactamente aquella de la domesticación. Es muy probable que fueran los gatos monteses africanos, los Felis lybica, ancestros de nuestras mascotas de hoy, quienes se acercaran a nosotras. Todo apunta a que sucedió en la zona conocida como Creciente Fértil, que es donde empezaron tantas cosas, y debió ser poco después de que nuestros ancestros cambiaran de una vida eminentemente nómada a otra sedentaria, una vez que descifraron ciertos procesos reproductivos de las plantas e inventaron lo que hoy, después de muchos cambios e innovaciones, denominamos agricultura. Una vez que se comenzó a producir alimento de forma controlada, y ciertos cereales se empezaron a producir en grandes cantidades, también se desarrollaron métodos de almacenamiento. Y tanto grano almacenado, probablemente al principio de forma más o menos precaria, sirvió de atrayente para algunas especies de roedores a los que también encanta ese alimento y que, automáticamente, se convirtieron en unos de nuestros mayores competidores, y en unos vecinos muy poco apreciados.

 

Un gato montés africano el ancestro de nuestros gatos domésticos, nos mira mientras lo observamos en la Reserva de Caza del Kalahari Central en Botswana.

 

Seguramente, la explosión demográfica de micromamíferos que conllevó la abundancia de alimento también atrajo a los gatos, que hasta aquel momento no tendrían ningún tipo de interés por el ser humano. Poco a poco, los gatos nos perdieron el miedo, las personas agradecieron su labor como controladores de los roedores en los almacenes de grano, y se convirtieron primero en un animal útil para las poblaciones humanas y, con el tiempo, en compañeros de vida. E incluso en dioses, en algún momento de la historia. Y es que el grano fue el petróleo de aquel tiempo, y las naciones que lo producían y lo poseían, se convirtieron en las superpotencias de la época. Y los gatos en unos de sus mejores aliados.

 

Los gatos nos perdieron el miedo, las personas agradecieron su labor como controladores de los roedores en los almacenes de grano, y se convirtieron primero en un animal útil para las poblaciones humanas y, con el tiempo, en compañeros de vida.

 

El tiempo pasó y las cosas han ido cambiando. Hoy, cumplido el primer cuarto del siglo XXI, la mayor parte de la población mundial se hacina en grandes urbes desconectadas del medio natural que las rodea, el cereal ya no es la moneda de cambio que fue, y nuestros alimentos se almacenan en lugares más seguros que en el Neolítico. Los gatos, aunque siguen siendo nuestros aliados en los entornos rurales, se han convertido en mascotas y, una vez más, han sido deificados por una multitud de adoradores que, además de mimarlos, alimentarlos y considerarlos un miembro más de la familia (lo cual está muy bien), consideran que deben tener el derecho de deambular en libertad, independientemente de lo que ello pueda significar para el resto de seres vivos con los que se crucen. Porque no solo los ratones caseros (Mus musculus) o, en zonas más rurales, los ratones de campo (Apodemus sylvaticus) y los topillos (Microtus sp.), se convierten en víctimas de nuestros compañeros cazadores. También todo tipo de aves (principalmente pollos en el nido o jóvenes volanderos), conejos, topos, musarañas, lagartos y lagartijas, pequeñas serpientes, e incluso algunos anfibios terminan en ocasiones entre las fauces de nuestros compañeros felinos, por no mencionar la gran cantidad de especies de invertebrados que pueden convertirse en sus presas.

 

No solo los ratones caseros o los ratones de campo y los topillos se convierten en víctimas de nuestros compañeros cazadores, también todo tipo de aves, conejos, topos, musarañas, lagartos y lagartijas, pequeñas serpientes, e incluso algunos anfibios...

 

A nivel mundial se han identificado 2084 especies diferentes que son consumidas por los gatos domésticos (incluimos en este término tanto aquellos que tienen dueño como los ferales o asilvestrados, siempre que vaguen libremente en el medio natural), de las cuales 347, casi un 17 %, son de interés para la conservación. En Australia, por ejemplo, tras ser introducidos en el continente, los gatos ferales ayudaron a llevar a la extinción a 20 especies de mamíferos nativos, y siguen amenazando al menos a otras 124 más; y se ha estimado que en los Estados Unidos los gatos podrían estar matando entre 1300 y 4000 millones de aves, y entre 6300 y 22 000 millones de mamíferos cada año solo en los estados contiguos (que excluyen a Alaska y Hawai). En China también se ha evaluado el impacto de los gatos sobre la fauna salvaje, estimándose en 1610 – 4950 millones de invertebrados, 1610 – 3580 millones de peces, 1130 – 3820 millones de anfibios, 1480 – 4310 millones de reptiles, 2690 – 5520 millones de aves y 3610 – 9800 millones de mamíferos las víctimas anuales de estos felinos, mientras que en Sudáfrica, un estudio de 2020 considera que los aproximadamente 300 000 gatos domésticos que viven en Cape Town matan unos veintisiete millones y medio de animales al año, lo que equivale a una media de unos noventa animales por cada gato. 

Aunque solo son algunos ejemplos de los muchos que hay, las cifras son abrumadoras, pero es en los ecosistemas insulares donde el impacto de estos pequeños predadores con los que convivimos se hace más patente. Los gatos domésticos han estado involucrados en un 14 % de las extinciones recientes de vertebrados en islas, siendo responsables de la extinción de al menos treinta y tres especies endémicas en islas en el mundo. Es paradigmático el conocido caso del gato del farero de la Isla Stephens, una pequeña isla situada entre las dos islas principales de Nueva Zelanda, donde ese único gato exterminó en poco tiempo a toda una especie de aves, los chochines de Stephens (Xenicus lyalli), prácticamente al mismo tiempo que se describían como una especie nueva para la ciencia, considerándose hoy en día como la extinción más rápida de una especie silvestre. 

En España también es en las islas donde el impacto de los gatos puede resultar más grave, debido al carácter endémico de muchos de los animales que forman su fauna salvaje, de forma que el Gobierno de Canarias los cataloga como especie invasora en su «Banco de Datos de Biodiversidad», a pesar de que no figura como tal en la lista del «Catálogo Español de Especies Exóticas Invasoras», aunque desde un punto de vista estrictamente ecológico cumpliría sobradamente los requisitos para formar parte de este catálogo. Y es que en Canarias, los gatos depredan sobre especies endémicas y amenazadas, algunas de ellas catalogadas como «En peligro crítico de extinción», como los escasísimos lagartos gigantes de El Hierro (Gallotia simonyi), de La Gomera (G. bravoana) y de Tenerife (G. intermedia), amenazando la existencia de sus poblaciones silvestres.

Está claro que nuestros gatos, como felinos que son, son unos cazadores insuperables. No es culpa suya, al ser carnívoros estrictos está en su naturaleza. Su instinto, más fuerte que ellos, les empuja a cazar una y otra vez. Aunque no tengan hambre. Para comprobarlo, solo hay que ver cómo persiguen cualquier cosa que movamos frente a ellos, cómo nos acechan a poco que les animemos, y cómo capturan nuestras zapatillas o cualquier otro objeto que capte su atención. Porque los felinos, para poder sobrevivir, necesitan practicar. Es vital para ellos mantenerse en forma, no dejar que su reflejos, su velocidad o su agilidad se oxiden, aunque ahora ya no dependan de esas habilidades para seguir vivos, ya que los humanos con los que conviven nos ocupamos de mantener sus necesidades cubiertas. Por eso, si dejamos que salgan a la calle sin supervisión y sin control (por ejemplo un arnés y una correa, igual que hacemos con nuestros perros), estamos fomentando que depreden sobre la fauna salvaje, y nos convertimos en cómplices de sus actos inconscientes, en verdugos de la biodiversidad con la que compartimos este planeta. Cuando algún desaprensivo abandona a su compañero felino en el campo, no solo comete un acto vil, despreciable y cruel (e ilegal) con su antigua mascota, con su supuesta amiga, sino que también lo comete contra todas las demás personas que sufriremos la pérdida de biodiversidad, y con el resto de seres vivos (también sintientes y con derecho a la vida, igual que nuestros gatos), al ponerlos en riesgo.

 

Nuestros gatos, como felinos que son, son unos cazadores insuperables. No es culpa suya, al ser carnívoros estrictos está en su naturaleza. Su instinto, más fuerte que ellos, les empuja a cazar una y otra vez. Aunque no tengan hambre.

 

Por todo lo dicho, no creo en los métodos CER de captura, esterilización y retorno ni en las colonias felinas, porque en lugar de aportar soluciones, acrecientan el impacto cazador de los gatos al concentrarlos en lugares en los que, no me cabe ninguna duda, pronto disminuirán las densidades de todos aquellos animales susceptibles de ser sus presas. Aunque ese impacto no se va a limitar únicamente a esa zona. A excepción de los leones (Panthera leo), ningún felino forma grupos, clanes, manadas o familias cohesionadas. Son animales solitarios. Y, aunque puedan adaptarse al gregarismo gracias a la abundancia de alimento, seguirán siendo solitarios en sus desplazamientos, distribuyéndose el territorio entre todos los que acudan a las colonias en busca de comida. Así que, cuantos más ejemplares, más lejos alcanzará el impacto de las colonias. Tan sencillo como eso.

Por supuesto, los gatos domésticos que deambulan libremente, tengan o no dueña, acudan o no a una colonia, sean ferales o asilvestrados, no son el principal problema que amenaza la biodiversidad. No pretendo culpar a los gatos de la contaminación en ninguna de sus formas, de la deforestación, del abuso de fitosanitarios, del calentamiento climático, de la sobreexplotación de los ecosistemas y los recursos naturales, del cambio global ni de ninguna otra miseria derivada de un sistema capitalista imparable y extremadamente voraz que arrasa con todo sin ningún miramiento. No. Pero ya he dicho que son unos cazadores excelentes. Y el impacto de sus correrías también cuenta. Porque todo suma. Y si queremos frenar la actual crisis de biodiversidad, también podemos poner de nuestra parte, de una manera tan sencilla como la de mantener a nuestras mascotas en casa o, en caso de ser necesario, de pasearlas de manera controlada, de forma que no puedan atacar a la fauna salvaje. En el caso de los métodos CER, cambiaría la R de retorno por una A de adopción, mucho más adecuada para resolver o, al menos, para minimizar el problema. Y en el caso de aquellos gatos que no se puedan adoptar a causa de su nula socialización o su mal carácter, fomentaría su traslado a instalaciones adecuadas gestionadas por las administraciones, en las que puedan vivir dignamente el resto de sus días sin causar ningún impacto negativo a la fauna silvestre.

Todas aquellas personas que piensan que mantener a nuestros gatos domésticos confinados en el interior de nuestros hogares, en un lugar seguro también para ellos, es una forma de maltrato, deberían experimentar en sus carnes, al menos una vez, lo que siente una pequeña lagartija o una musaraña cuando tienen la desgracia de toparse de cerca con uno de nuestros peludos amigos. Pocos minutos después de haberse conocido, el desafortunado reptil, golpeado, mordido, vapuleado, y extenuado, llevado hasta el límite de sus fuerzas, se desprenderá de un pedazo de su cola en un intento desesperado de librarse del asedio de su inesperado enemigo, tratando de esquivar a la muerte, aunque ello suponga mutilarse para conseguirlo. Con suerte, el truco funcionará y el gato se entretendrá con la parte amputada, gracias a que esta mantiene un movimiento errático y frenético durante los breves instantes que su antigua dueña necesita para esconderse y burlar al predador. Por desgracia este truco solo funciona una vez, y la lagartija tendrá que apañárselas sin cola hasta que otra le crezca en su lugar, gracias a su extraordinaria capacidad regenerativa. En el caso de la musaraña no existen artimañas, o escapa o muere. En cualquier caso, ya lo hemos dicho, los gatos son unos excelentes cazadores y el porcentaje de casos en los que el lance termina con un ejemplar de una especie silvestre muerto es altísimo.

Cada vez que observo un felino en libertad, en su hábitat natural, viviendo una vida plena, que también conlleva riesgos y dificultades, entiendo mejor la fascinación que esos animales despiertan en nosotras. Entiendo por qué pertenezco a ese ínfimo porcentaje de gente que necesitamos de esas observaciones para seguir disfrutando de la vida a nuestra manera. Y cada vez que vuelvo a casa y me reencuentro con mi gata, disfruto de su compañía sabiendo que ni ella ni yo estamos participando de la masacre que, día tras día, se produce en nuestro campo sobre los pequeños seres que tienen que pelear duramente por sobrevivir un día más. Todas podemos hacerlo.

 

 

Irbis, la gata de la familia del autor, sufriendo las comodidades de vivir en casa en la silla que más le gusta para afilar las uñas.Irbis, la gata de la familia del autor, sufriendo las comodidades de vivir en casa en la silla que más le gusta para afilar las uñas.

 

 * Marcos Mallo Leira siente amor y fascinación por los animales y los espacios salvajes desde que tiene recuerdos. Técnico en trabajos forestales y de conservación del medio natural de formación y naturalista de campo por vocación, trabaja en conservación e investigación de fauna salvaje siempre que puede, aunque ha trabajado en otros muchos campos para poder vivir. Nómada durante muchos años, viajar de forma pausada, más allá de las típicas vacaciones de pocas semanas, es otra de sus pasiones, junto con los libros y la lectura, lo que le permitió conocer muchas culturas y formas de vida diferentes a las predominantes en nuestra sociedad occidental. Aunque uno de los objetivos principales durante sus viajes es la observación de la fauna y, cuando es posible, la colaboración en proyectos de conservación. Como pensador libertario, ha explorado otras formas de vivir y, en ese sentido, convivió durante meses con comunidades indígenas amazónicas, viajó durante años por América con su familia, o abandonó todas sus posesiones durante más de un año para vivir en una cabaña de madera en el bosque, antes de implicarse hasta la médula en distintos proyectos de conservación que cambiaron el rumbo de sus pasos. En la actualidad vive en una aldea de la provincia de Ourense con su compañera y su hijo.

Si te ha interesado lo que Marcos cuenta en este artículo, no te pierdas su blog «Aventuras de una familia en Centroamérica», en el que narra algunos de sus viajes. Y también puedes escuchar al autor en su podcast «Maneras de vivir (salvajes)». ¡De lo más interesante! 

 

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