Hace unas semanas, Laura G. Loaisa nos hablaba del decrecimiento como camino hacia la sostenibilidad. Hoy ahondamos en esta cuestión clave para el futuro de la mano de Íñigo V. Verdi, escritor, viajero y licenciado en Filosofía y económicas. Una voz autorizada que nos hace reflexionar sobre la necesidad de abordar como sociedad un cambio trascendental.
Te dejamos con el artículo. Y recuerda que agradeceremos mucho tus reflexiones, dudas o planteamientos en los comentarios.
El decrecimiento
Una alternativa a la muerte del capitalismo
por Íñigo V. Verdi*
Fuente: Michaela Wenzler en Pixabay
Tratando la cuestión filosófica central de la existencia de Dios, nos decía Nietzsche en el siglo XIX: «Dios ha muerto». Pues bien, en el siglo XXI la religión pierde interés (al menos en cuanto a la cuestión de la existencia de deidad alguna), y al revisar el rumbo de la humanidad, proferiremos: «El capitalismo ha muerto… de falso éxito».
La caída del muro de Berlín escenificó el fracaso de un sistema (comunista) que provocó el descontrol de su alternativa (capitalista), envalentonada en su primacía incontestable. Una vez sin antagonista, intentó mostrar compromisos dulces en un inteligente modo de presentarse duradera, moralmente válida y equilibrada. Para ello empezó a apropiarse, explotar e, incluso, inventar nuevos valores que publicitó como inmanentes a su desarrollo. Uno detrás de otro: eco, sostenible, comercio justo…
Avivaron nuestra emotividad vistiendo el consumismo y los beneficios con un traje feliz de responsabilidad social. Nos convencieron de que los derechos de la mano de obra de los países en vías de desarrollo eran, por encima de todo, los derechos a acceder a nuestros mismos bienes de consumo. Nuestra felicidad filantrópica pasaría por pagar un poco más por nuestras necesidades inventadas para, así, poder retribuir mejor a nuestros obreros asiáticos para que puedan comprar un Iphone, ahora que en el mundo económicamente desarrollado ya lo teníamos todos. Eso sí, sería una versión más modesta en cuanto a capacidades y potencia, porque la subyugación ha de explicitarse en el día a día para que unos y otros no pierdan la perspectiva de su lugar en el mundo.
Nos convencieron de que los derechos de la mano de obra de los países en vías de desarrollo eran, por encima de todo, los derechos a acceder a nuestros mismos bienes de consumo.
El sistema capitalista actúa cada vez más virulentamente, consciente de su insostenibilidad, radicalizando la brecha entre pobres y ricos cada vez con menos pudor desde la consciencia de apurar los últimos tragos de una fiesta. Nos legislan constriñendo nuestras libertades hasta límites que hubieran sido insospechados hace años, y que asumimos como la rana viva en agua caliente que va siendo cocida tranquilamente sin sospecharlo en su confort. La huida hacia adelante no cesa y se inventan necesidades cada vez más complejas. Donde antes se ideaba un nuevo artefacto reproductor de ocio más práctico, más nítido, más útil…, ahora implantan un nuevo paradigma de ocio que nos ahogue en un mundo de infinitas posibilidades inabarcables cuyo disfrute nos impulse a trabajar y a contribuir a la inercia de la rueda el mayor tiempo posible.
El consumo desenfrenado del que empezamos a ser consciente desata, en una curiosa forma de metaconsumismo, una nueva categoría en la que adquirimos nuevos bienes equivalentes pero con etiqueta sostenible (y obsolescencia programada, eso sí).
Mientras seguimos acumulando servicios y bienes que definen nuestro éxito social o nuestra felicidad, no solo alimentamos la desigualdad y acumulación de riqueza, sino la distanciación de unos valores que cada vez escuchamos más lejanos.
El reciclaje es una tirita (muy rentable también) para una brecha que no puede ser contenida. Los recursos disponibles no son suficientes y lo serán cada vez menos mientras vamos incorporando nuevos consumidores potenciales.
Fuente: Gundula Vogel en Pixabay
La verdadera alternativa al capitalismo es el decrecimiento. La reducción del consumo y la producción será lo que permita recuperar el tan manido y cacareado «estado de bienestar» perdido, una cierta equidad social y la verdadera sostenibilidad. Es la vía para poder llegar a un equilibrio múltiple.
El planeta, al margen de que lo entendamos como organismo vivo en el que nos integramos o como entorno proveedor, dispone de recursos limitados y nuestro consumo ha de sincronizarse con su capacidad de regeneración.
Las necesidades humanas básicas que hemos reconocido en situaciones como el confinamiento en pandemia no son la acumulación de vienen materiales y consumo, sino la alimentación natural y saludable; el acceso a empleos dignos y justos que garanticen la conciliación, la realización personal y la interactuación con el medio y nuestros semejantes; la vivienda digna sin hipotecar un porcentaje inadmisible del esfuerzo individual por razones especulativas; una educación no elitista ni de meritocracia en la que se exploten las características propias de cada individuo, más allá de la tecnocracia, enfocada en el respeto, la creatividad y la participación activa en la sociedad; las relaciones sociales en las que la diferencia sea riqueza y no exclusión, en las que el afecto, la empatía, la solidaridad y la sinceridad presidan los intercambios también de servicios o mercancías; un sistema de salud accesible y de calidad para todos; y muchos otros que podríamos ir desgranando, pero siempre pensando en la dignidad de las personas individuales y soberanas, previas a su consideración como ciudadanos o consumidores.
El paradigma económico dominante no necesita ser repensado. El laissez faire o la mano invisible de Adam Smith no operan como se esperaba y el mercado no se autorregula. La cuestión está en el siguiente peldaño: ¿cuál es la alternativa?
La palabra «revolución» ha sido pintada de un tono sangriento y de inestabilidad. Hemos de recuperarla en su significado de cambio rupturista que puede dar lugar a una evolución amigable, proporcional y decidida en una dirección necesaria. Cualquier nueva cultura nace como contracultura y se enfrentará a la inercia de la comodidad y la costumbre, de la seguridad frente a lo nuevo e incierto. Quizás haya más caminos, pero no más oportunidades. Sin duda, el DECRECIMIENTO es uno de los válidos.
La palabra «revolución» ha sido pintada de un tono sangriento y de inestabilidad. Hemos de recuperarla en su significado de cambio rupturista que puede dar lugar a una evolución amigable, proporcional y decidida en una dirección necesaria.
No necesitamos más capas de chocolate sino menos aceite de palma. Ni más millones de colores en nuestras pantallas sino menos explotados en las minas de coltán. Tampoco más cámaras ni zonas calefactadas en nuestros coches, y sí mas espacios verdes naturales que compartir.
Es una tarea difícil, pero extremadamente realizadora volver a sentir el tiempo en común y el afecto de nuestros seres queridos, la verdad de las conversaciones sobre los sentimientos y la libertad de no vender nuestra vida, minuto a minuto, en una rueda que pasa cada vuelta por un nuevo objeto de deseo alienante o un miedo inventado del que nos convencerán noticia tras noticia.
Siempre recuerdo cuántas personas en su etapa vital final se arrepienten de haber dedicado tanto tiempo y recursos a alcanzar una posición social, laboral… Cuánto arrepentimiento por no haber compartido más tiempo y vivencias con los suyos. Nunca, y recalco: nunca, he escuchado a alguien maldecirse por no haberse esforzado más para haber llegado a director en lugar de subdirector o haber tenido un modelo de automóvil superior.
Si todos los que han recorrido el camino nos dejan ese punto de vista, será inteligente por nuestra parte tomarlo, aprovecharlo y poner los medios necesarios para no caer en la misma sensación de pérdida y de haber recorrido una trayectoria desenfocados. Porque cuando hablamos de un mundo más justo y sostenible, también nos referimos a nuestro micromundo, a nuestro círculo, y a cada uno de los círculos existentes. Solo así se llega a un universal que incluye a las generaciones futuras.
* Íñigo V. Verdi es un irredento aprendiz de viajero y lector, entre muchas otras actividades. Licenciado en Filosofía por la Universidade de Santiago de Compostela y MBA por la Facultad de Económicas de la Universidade de A Coruña. Ha colaborado en publicaciones como Fanzine Digital, Entradas, 8negro o Turbosofística y publicado el libro de viajes ¿Pero dónde **** queda Kirguistán?
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